martes, 13 de marzo de 2018

LA ARROGANCIA DE UN «CABEZA HUECA»


Hoy, como docente preocupado, y ante la propuesta de algún alumno, hemos estado hablando (en clase)sobre el comportamiento de distintos personajes (incluso de los de cuento).
Siguiendo con el trabajo que venimos realizando sobre las emociones (algo fundamental en nuestro desarrollo como personas) hemos reflexionado sobre distintos patrones de conducta.
Hemos tomado como punto de partida el cuento titulado El Mago de Oz y hemos extrapolado las características de sus personajes a la sociedad. Así, cuando mencionamos al Espantapájaros, uno de los alumnos afirmó que su dato distintivo era tener la cabeza hueca, pues carecía de cerebro. A su aseveración se sumaron las ideas aportadas por distintos compañeros, asegurando que el peligro de no tener cerebro implica no solo la ausencia de capacidad de raciocinio, sino también de imaginación, creatividad o capacidad de análisis. Por otro lado, hubo quien afirmó que «tener la cabeza hueca» puede dar lugar a que se llene ilusiones y ganas por mejorar (como es el caso del Espantapájaros que aparece en la historia que tratamos, cuya aspiración era mejorar mediante la adquisición de ese cerebro que le dotaría de las cualidades anteriormente señaladas) o también a que se llene de prepotencia y arrogancia (por poner otros ejemplos que presuntamente se ve en otros personajes más allá de los cuentos) ya que la ausencia de raciocinio hace que no se corten las alas a la bravuconería o irascibilidad sin sentido.
Durante el tiempo que estuvimos reflexionando sobre el asunto, salieron ideas relacionadas también con la cobardía (muchas veces unida a esta condición de cabeza hueca). Y es que, ante las propias frustraciones, y en un deseo irrefrenable por ocultar nuestras inseguridades, nos vestimos con una armadura imaginaria con la que queremos dar una imagen de valentía que, sin embargo, queda al descubierto con cada acto y cada palabra. Un ejemplo de esto lo encontramos en el personaje del lobo en “Los 3 cerditos”. Su altanería y prepotencia no le sirvieron de nada. Se hartó de soplar y al final solo consiguió que se rieran de él.
La educación en valores es fundamental desde que somos pequeños para que no nos  pase como al lobo o al espantapájaros.

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